Más allá de la educación pública, el pensamiento libre, ave migratoria

Es claro que para que pueda surgir el pensamiento, acto que es posible sólo en condiciones que no acoten o restrinjan lo menos posible su ejercicio. Pensar es sentir, imaginar, reflexionar y discurrir, entre muchos otros significantes que parten de esta idea central que llamamos pensamiento. Siendo así, uno no puede imaginar que sólo quienes puedan pagar una colegiatura en alguna institución privada tengan la capacidad para llevar a cabo este acto. Antes bien habría que mencionar algo al respecto.

No olvidemos que estamos regidos por un sistema económico político de tipo mercantil, donde a diferencia de otros, en los que lo político, filosófico, artístico o religioso son o eran el eje rector de sus civilizaciones, en este el escaño más alto, el basamento estructural e ideológico (ideático, más bien) lo ocupa una visión lucrativa, rentable, propiamente comercial. La educación no escapa desde luego, al ímpetu por sacar ventaja, provecho, de esa actividad humana, como del resto. Como to negocio, los centros educativos privados surgen bajo los lineamientos que dictan una razón que habla acerca de un precio que se le da como bien o servicio, es decir, como mercancía. La mercancía tendrá como mayor reconocimiento a su valor, un alto precio. El valor es fijado de acuerdo a varios parámetros como el valor de uso y el valor de cambio, nociones que debido a su complejidad no tocaremos a fondo pero que podemos decir sin ánimos de ofender a los colegas economistas, tienen que ver en algún momento con su rentabilidad y su capacidad de generar utilidad, en términos de ganancia. La idea central es comparar a la educación con un auto de lujo, aunque sean los valores del segundo más evidentes que en la primera. La pregunta sería, ¿cómo deciden, bajo qué términos o cuáles son los parámetros que utilizan para medir el valor de uso y de cambio de la educación, es decir, su calidad en términos de utilidad? La última parte de la pregunta encierra ya mucho de la respuesta. La educación privada privilegiará aquellos «saberes» que le sean útiles, rentables, productivos y desechará todo aquello que considere lastre debido a que no genera ganancias inmediatas o tal vez porque pueda frenar la marcha o ser piedra de tropiezo para su desarrollo. Recordemos que el desarrollo y la inmediatez son dos, digamos valores, de un sistema como el nuestro y por tanto se buscará su afianzamiento por medio de la producción, en sentido fabril como todo lo que se produce bajo esta lógica, de mecanismos que renueven de manera incesante sus capacidades motoras. Este tipo de conocimientos tienen la consigna de ser partes de la maquinaria y nada más.

Pero se dirá que qué se tiene en contra del sano funcionamiento de esta maquinaria o de la maquinaria misma. Pues bien, uno de tantos problemas es que esta no considera aquellos aspectos que no le son útiles bajo sus criterios pero que sin duda son necesarios para el enriquecimiento humano. Entre estas necesidades encontramos desde luego las capacidades críticas, indagatorias, la desembocadura artística no dirigida por eso que llaman mercado del arte, los saberes mágicos y una serie de requerimientos soslayados porque no se les puede explotar por medio de una fábrica, industria o tecnología.

La tarea de la educación pública, al no inscribirse del todo en esa lógica mercantil, sino que al formar parte de la ética originaria del Estado Moderno y sus ideales de proveer al hombre de tantos conocimientos sean posibles para librarse de sus ataduras religiosas y emanciparse por medio de la razón, tiene el objetivo de albergar formas de pensamiento mucho más profundas que en la primera opción que vimos. La filosofía como madre de todo el pensamiento y sus efectos, las ciencias sociales y naturales (por llamarlas así), las humanidades y las artes, y otro tipo de disciplinas como el psicoanálisis, son materia prima para cosmovisiones un tanto más anchas y hondas que aquellas que llaman carreras ejecutivas o cosa similar. Estas no ofrecen resultados veloces debido a que su lógica es conocer a fondo para poder actuar, ir más allá de lo superficial para generar conocimiento. El conocimiento que brota de estas últimas herramientas, no es de tipo instructivo, como los primeros, los mercantiles. Ante los grandes temas como calentamiento global, alimentación o otros, el conocimiento ancho y profundo no se estaciona en el presente o en el futuro inmediato, sino que su alcance es mucho más largo, duradero y riguroso, concienzudo.

La historia del pensamiento moderno nos ha enseñado que dentro de las limitaciones propias de la visión Ilustrada, han surgido posturas críticas del conocimiento que han servido no sólo para procurar el camino trazado desde el comienzo de esta carrera racional, sino para buscar otros rumbos, construir otros senderos que le permitan convivir a la humanidad de otra manera más grupal, en la que no haya unos que sobren y otros que tengan derechos porque pueden pagarlos.

En México, como quizá en otros países, la educación pública sufre año con año duros golpes que son consignas malsanas contra el presupuesto público que se les otorga. En este país se invierte cada vez menos en educación, lo que poco a poco va desmantelando y empobreciendo esta columna vertebral de la libertad humana: su capacidad de pensar y las condiciones necesarias que le permitan hacerlo. Hoy, por un lado se socava de manera sutil pero constante a la educación pública por lo que representa y por el otro, ahora, hasta se subsidia a la educación privada, cuyos significantes asociados son por ejemplo, secreto, confidencial, exclusivo, pero también otros como falto, desposeído o apartado e individual. Bajo estos lineamientos, el pensamiento tendrá que buscar otros foros, otros espacios, más tierras fértiles desde dónde brotar, si es que no se frena la tendencia actual. Lo que sí es claro, es que el pensamiento no claudica, el pensamiento no es cosa privada ni reservada a quienes creer que pagando fuertes y no tan fuertes sumas de dinero pueden también comprarlo. Lamento decirlo así pero el pensamiento no es una mercancía. El pensamiento no necesariamente produce ganancias; muchas veces genera pérdidas de todos tipos y en cualquier sentido pero eso  es parte de su riqueza.

Pensar tiene que ver más con Eros y Tánatos que con el dios Usura.

El pensamiento es la continuación de la guerra por otros medios.

SI CREYENDO QUE DESPOJANDO AL GRUESO DE LA POBLACIÓN DE ESE RECURSO PARA PENSAR, MORIRÁ SU CAPACIDAD DE PENSAMIENTO, ES QUE EN REALIDAD NUNCA HAN PENSADO NI SENTIDO Y JAMÁS PODRÁN SABER LO QUE ES VOLAR.

 

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